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Deontología Medica. LECCION II. Influencia de los estudios médicos y del espectáculo habitual de los padecimientos sobre la moral del médico.

 

Hola, yo soy el Dr. Ligio Wilberth Pino Yunes y retomo la deontología como materia de estudio en estas 30 lecciones de las cuales esta es una, inspirado en un libro de 1852 escrito por el Dr. Max Simon. En francés y latín; Al considerar que hoy más que nunca la deontología debe ser materia obligatoria de estudio de todo Médico. Espero sea de su agrado y de utilidad para usted y su familia.

 

NOTA: Recuerde que la siguiente transcripción corresponde a una obra maestra de 1852 no pretende ser guía de práctica clínica, sino incrementar el acervo y el criterio, si bien en algunas cuestiones es escalofriantemente vigente.  

 

 

 

Deontología Medica. LECCION IIInfluencia de los estudios médicos y del espectáculo habitual de los padecimientos sobre la moral del médico.

Eduard Pernkopf: el libro de anatomía nazi . Imagen ilustrativa.
Eduard Pernkopf: el libro de anatomía nazi . Imagen ilustrativa.

 

La vida del hombre es una continuada educación. El elemento en que vivimos tiene acaso tanta parte como la naturaleza misma en hacernos lo que somos. La sociedad parece tomar como obra el trabajo de la naturaleza, y tiende a reformarlo, según el tipo real de una época determinada de la civilización. Las instituciones políticas, las leyes, la religión, la filosofía, la literatura, las artes, las ciencias, todas las manifestaciones del pensamiento componen una atmosfera moral, en la que el hombre respira una clase de aire necesario al sostenimiento de la vida intelectual y afectiva. Feliz la sociedad cuando este maná sagrado con que se alimenta el genio, no se convierte en un funesto veneno por malas pasiones de los hombres: su obra se termina pacíficamente, y el hombre mismo ayudado con el poderoso apoyo de la sociedad, marcha a la realización de su inmortal destino.

 

 

Mas estas influencias modificadoras, constituyen gradaciones diferentes en el hombre, según la fuerza de reacción con que está dotado y según que se coloca mas o menos cerca del foco donde irradian estas diversas influencias. La obra de la sociedad no puede cumplirse sino por la concurrencia de los miembros que la componen. De aquí resulta el proponerse cada uno un objeto para su actividad que, satisfaciendo completamente las exigencias del interés individual, coadyuve al cumplimiento de la obra colectiva. Todo trabajo del hombre tiene su valor en este dinamismo inmenso, en esta especie de mosaico viviente; y al mismo tiempo que esta actividad especial desarrolla sobre todo tal o cual facultad intelectual o afectiva tiende a limitar la acción de la influencia general de que acabamos de hablar, de las numerosas funciones que componen el dinamismo social, la medicina es una de las que deben ejercer la más decisiva influencia sobre el conjunto de las facultades morales del hombre,  Ya en la introducción, que hemos creído conveniente colocar a la cabeza de esta obra, hemos tratado de esta cuestión, y lo que entonces bosquejamos, vamos ahora a concluirlo, esforzándonos en indicar aquí por que medios debe combatir el médico la funesta influencia que las tareas prescritas por la ciencia pueden ejercer sobre las facultades morales.

 

 

La anatomía es la base fundamental de todo estudio que tiene por objeto, el conocimiento del hombre físico, y el anfiteatro es el primer escalón que es necesario subir para llegar la iniciación del santuario. Allí es estudiado el hombre en los detalles mas minuciosos de su organización. El cerebro, los órganos de los sentidos, el corazón, los pulmones y todo el aparato circulatorio, el tubo intestinal y sus anexos, el esqueleto y las masas musculares que lo recubren, todos los órganos, en fin, que concurren a la manifestación de la vida, son examinados en sus secretos mas ocultos. Todos los vasos que parten del corazón o que terminan en él,  el laberinto de los filetes nerviosos que se sumergen en lo mas escondido de la vida plástica, o vienen a desplegarse por la superficie del organismo, para unir, por medio de la sensibilidad, al hombre vivo con el mundo que le rodea; los canales sin numero que surcan en todos sentidos la economía, y por los cuales parece circular la vida, deben ser escudriñados en sus mas delicadas ramificaciones, porque allí es, en su contacto misterioso, donde se verifican los fenómenos mas importantes de la vida fisiológica.

 

 

En seguida viene la Fisiología, que prosiguiendo bajo otro punto de vista este análisis, estudia sucesivamente la acción de los órganos aislados, o de los aparatos, y tiende sobre todo a hacer se considere la vida como el resultado de un puro mecanismo o como el conjunto de reacciones químicas. Esta tendencia científica debía inevitablemente nacer el día que el escalpelo del anatómico y los reactivos de la química han aplicado el método analítico al estudio de la organización. No es este lugar de que averigüemos si la ciencia de la vida puede nacer de la aplicación de este método exclusivo al estudio de esta ciencia; si identificar la causa de una función con el órgano que la desempeña, no es evidentemente traspasar los límites de la inducción: lo que queremos únicamente consignar es eta tendencia casi irresistible del espíritu en el estado actual de la ciencia.

 

 

La Anatomía Patológica, mostrando la correlación, no constante pero si muy frecuente, que existe entre el traumatismo anatómico y la fisiología mórbida; la anatomía comparada, siguiendo en todo el reino animal las relaciones de la organización con las manifestaciones graduadas de la vida, no han contribuido poco a acreditar en la inteligenciad de los médicos esta conclusión a lo menos prematura, y que, en todos los casos limita el estudio de la ciencia a la observación de los hechos solos que el escalpelo, los reactivos químicos o el microscopio pueden alcanzar. Lejos de negar la importancia de los hechos de este orden, pensamos que la anatomía sobre todo de los líquidos, que no han hecho mas que nacer, esta llamada a derramar la mas viva luz sobre la fisiología del hombre sano, como sobre la fisiología del hombre enfermo. El profesor M. Andral nuestro ilustrado maestro; y el Doctor M. Gavarret, Nuestro Sabio Amigo (1) que son los que mas han avanzado en este camino difícil, han demostrado, por los resultados notables a que han llegado, llevando más allá del solido análisis de la organización, que la vida patológica tiene allí raíces que ellos avían sospechado, aunque todavía no habían sido estudiadas ni puestas de manifiesto. (2) los hechos que la química animal y principalmente la anatomía microscópica tienen ya recogidos y recogerán en lo sucesivo en provecho de la ciencia, no pueden dejar de estar en consonancia con los hechos que hemos llegado a justificar siguiendo otro camino, pero no reclaman todavía sino la aplicación de un análisis, y ejercen sobre la inteligencia del medico la misma influencia que los estudios prescritos por la anatomía normal o patológica propiamente dicha.

 

 

(1)    Después de que el autor escribió estas líneas Mr. Gavarret fue nombrado profesor de la facultad de medicina de París, a consecuencia de una muy brillante oposición, en la que probo la extensión de sus conocimientos, la elevación de sus ideas y lo notable de su talento.

 

(2)      Ensayo de Hematología patológica de Adral, Pg 15.

 

Tales son las fuentes principales en las que el médico está obligado a beber los elementos de la ciencia práctica, y a las que, cuanto a su posición se lo permita, debe acudir cada día para perfeccionarse en la aplicación del arte o en el ensanche de sus límites. El organismo que ha dejado de animar la vida es dividido, desmenuzado, hecho polvo por el análisis; a esta podredumbre humana es a la que el medico debe pedir las lecciones que han de guiarle en la practica de la ciencia de las enfermedades. La muerte tiene una elocuencia que subyuga todas las inteligencias por distraído que se esté en el torbellino de la vida, ninguno ignora las transformaciones póstumas de la organización. Pero este detritus de la vida, la naturaleza hace el germen de nuevas producciones, y le oculta a las iradas del hombre bajo el velo de una lujosa vegetación, cuando no desaparece bajo las piadosas creaciones del arte. Solo el medico ve a la muerte en todo el horror de su desnudez y lucha de propósito con ella para obrar la descomposición, la disolución del organismo, cuando la enfermedad ha devorado los tejidos de que son formados los órganos, es necesario que por un sabio análisis interrogue sucesivamente a los diversos aparatos y haga constar las lesiones con que han sido heridos; es necesario que remontándose desde estas lesiones a los síntomas observados durante la vida, establezca la relación que existe entre los unos y los otros, y que en un cierto numero de casos, reconstruya la enfermedad por una síntesis en que el escalpelo le suministre los principales datos. En fin, en todas partes esta obligado el medico a destrozar esa admirable armonía de la organización y a estudiarla en sus girones; hoy día la ciencia no puede progresar sino bajo esta condición.

 

 

 

¿le seguiremos ahora en los estudios clínicos o en la practica del arte? Allí todavía el hombre se le presenta con todo el lujo de la miseria de su desgraciada condición. Si encuentra alguna vez en medio de las torturas del dolor de los hombres, el alma fuertemente templada culla virtud no conoce las vanas flaquezas del terror de la muerte; ¿cuan frecuente se le ofrece al hombre con todas las debilidades de su naturaleza y su horror instintivo al misterio de la tumba? El filósofo, cuyo pensamiento va tan lejos en la concepción del porvenir que debe absorbernos a todos; el poeta que apoyado en la fé de un sublime presentimiento, parecía no aspirar a menos en sus cantos que a su emancipación de la muerte ; el naturalista que no ve al mundo sino el producto fortuito de las fuerzas ciegas de la materia: el guerrero que expuso cien veces su vida al azar de las terribles batallas , con frecuencia tiemblan el día del sufrimiento , mas que el niño que no ha conocido todavía la vida o del desgraciado que no ha tenido conciencia de ella sino por el sentimiento de la privación.

 

 

El cristianismo; esta sublime revelación de la igualdad de los hombres ha esculpido sobre los pórticos de sus catedrales, o pintado en las paredes de los claustros las escenas de esta terrible epopeya, que en la edad media llamaba la danza de los muertos y donde se ven confundidos bailar los reyes, los potentados, los papas, los villanos, todos los esqueletos de los que concibieron vanos deseos. Los médicos asisten todos los días a la realización de esta ficción del arte: pero si estuviesen llamados a reproducirla y lo hiciesen bajo la impresión de los últimos sentimientos manifestados por el hombre, antes de descender a la tumba, no harían un baile, sino más bien una procesión de cuakaros con el temblor de una calentura intermitente.   

 

*cuakaros :  de cuáquero (Sustantivo masculino y femenino. Esta expresión en la actualidad se encuentra desusado (en antigüedades) se dice a un integrante de una secta o hereje que niega de todo sacramento del culto externo y de la jerarquía o del cargo de tipo eclesiástico y todo lo que conforma de la iglesia cristiana.

 

 

Así por una fatal necesidad de la ciencia que cultiva, el medico no vé al hombre, no estudia al hombre sino en cierto estado de degradación. La misma majestad de la muerte no tiene para la ninguna enseñanza, es la anatomía patológica lo que el escalpelo debe analizar y nada más. Y no es esta una de esas ideas pasajeras, que en un momento de misantropía pasan por la inteligencia sin dejar huella; estas lúgubres imágenes, todas estas flaquezas de la enfermedad, todas estas miserias de la muerte están incesantemente presentes al espíritu del médico; la vida no es para él otra cosa que un velo arrojado sobre esta horrible desnudez, y, como para el amor de Tasso este velo es imponente para detener la curiosidad del pensamiento. Obligado a ver siempre al hombre por tal prisma, este análisis tan delicado perjudica necesariamente a la majestad del conjunto. En la joven, culla mirada fascina por el resplandor de su hermosura o que seduce por la armonía de su voz, como orador elocuente que subyuga a una asamblea por el poder de sus palabras, él no puede dejar de pensar en las ruedas de cobre que hacen mover a estas agujas de oro. No es decir con esto que el estudio continuo por el lado material de la humanidad: que este análisis delicado de las maravillas del organismo humano, extingan necesariamente en el corazón del medico el sentimiento de lo bello, pero es incontestable que cuando se entra en tales estudios con cierto vigor del alma con cierta elevación del pensamiento, este sentimiento se debilita en contacto de estas realidades, en la observación incesante de los desordenes de la vida patológica. Considerando al hombre desde el punto de vista puramente fisiológico, hay una cosa ideal de que la ciencia debe apoderarse, y es la perfección de la organización, es el juego regular de la vida; es la ley a la cual están sometidos los mismos fenómenos patológicos en su evolución sucesiva. Mr. Biot refiriendo el descubrimiento admirable de Newton, se para de pronto en medio de su discurso, y llora de admiración. Galeno, terminando un trabajo sobre anatomía y herido por la armonía maravillosa que brilla en el complicado mecanismo de la organización, exclama que, en su libro es un himno a la divinidad. Desgraciadamente no todos los médicos son capases de elevarse a esta altura de concepción, bien sea que el materialismo haya estrechado para ellos las perspectivas de la vida, bien que su espíritu no sienta la necesidad de traspasar los límites del análisis. No es dudoso que en tales almas el estudio exclusivo del lado material de la vida, la observación de los fenómenos reaccionarios del organismo que padece, sobre el principio espiritual, esta comedia de la enfermedad, que pone al descubierto las debilidades del hombre, como la comedia de la muerte en los tiempos antiguos mostraba la vanidad de la vida y de sus grandezas; no es dudoso, decimos , que tales lecciones, todos los días repetidas no en vanas ficciones sino en la lengua positiva de la realidad, no lleve un golpe funesto este poder del entusiasmo este sentimiento de lo bello que comprende lo ideal bajo las formas variables de la realidad sensible. 

 

 

Si el medico no se defiende contra esas influencias, apoyándose en los principios de una filosofía, que le enseñe a reconocer la dignidad del hombre, bajo los harapos que la ocultan , no sentirá por el esta tierna simpatía que secunda tan poderosamente la acción de la ciencia y asegura su benéfico influjo a todos los dolores. El hombre que emprenda los estudios prescritos por las ciencias médicas, sin llevar a la vez en su inteligencia y en su corazón este antídoto, este precioso preservativo, podrá inquirir los problemas más elevados; pero sentirá bien pronto desfallecer en el fondo de su alma los mas nobles instintos; y como todas las facultades se enlazan y se prestan un mutuo apoyo, la inteligencia misma acabara por recibir un golpe funesto.  Uno de los efectos mas constantes de estos estudios hechos sin precaución, es el de hacer germinar en el espíritu de los que a ellos se dedican un impudente cinismo; cuando ha llegado a este punto, su espíritu no tiende solo a levantar el velo; lo desgarra; el idioma anatómico se hace demasiadamente casto para las impudencias del pensamiento y el alma manchada pide a las cárceles. a los lupanares de una terminología más enérgica y de mas chiste. Los convidados de Trymalcion no son sino estudiantes en vacaciones, al lado de estos maestros en la ciencia de la alegre conversación: su lengua avinada no hace más que tartamudear algunas voces de este sórdido epicureísmo.

 

 

Así es como las ciencias médicas se convierten para ciertos hombres en una carrera de sabio libertinaje, y como se extingue poco a poco en su corazón corrompido todo respeto, toda simpatía. ¿de qué manera podrá conciliarse el amor del hombre con estos hábitos clínicos del espíritu? El amor no nace del menosprecio, y es permitido suponer que estos tenorios del anfiteatro tienen tan seco el corazón como manchada la inteligencia. Si el estudio de la medicina hubiera necesariamente de ejercer sobre los que a ella se dedica esta influencia fatal, debería ser borrada del catálogo de las ciencias humanas, como arrancamos de nuestros jardines las plantas venenosas que podrían dar la muerte. Algunos hombres ganarían en esto, no precipitándose en el fango del vicio y en muchos casos la sociedad nada perdería. Felizmente el mal no esta en las cosas; esta todo en el hombre y una diciplina moral severa puede quitar a estos estudios lo que tengan de perniciosos para la salud del alma.  

 

 

La ley que impone a los adeptos de las ciencias médicas la obligación de estudios literarios, solidos y extensos no será jamás severa en demasía. No solamente la necesidad de tal preparación está prescrita por las dificultades mismas de una ciencia a cuyo estudio no se lleva un espíritu muy ejercitado; sino que depositando las letras en el alma el germen de ideas nobles y elevadas, y desarrollando por medio de una cultura saludable los sentimientos generosos del corazón, fortalecen al medico joven contra la poderosa influencia que pueden sobre el ejercer nuevos estudios a que va a entregarse. Las corporaciones con que la ley ha autorizado con el derecho de conferir el grado que acredita la aptitud legal para el estudio de la medicina, no conciben, en general, la importancia de estos estudios previos para el médico, y son arrastradas a no ver en las exigencias de la ley a este propósito sino una traba destinada a prevenir los peligros de una concurrencia tan fatal al individuo como a la sociedad. Este error proviene en parte de las preocupaciones de los eruditos de la alta y baja estrofa conservan contra el médico, por una especie de tradición clásica. Para ellos la medicina no es una ciencia; es cualquier cosa, que tiene de agorería y de empirismo, y que puede practicar todo bípedo que tenga 5 sentidos. El abogado es muy distinto. ¿no tiene a cada instante la necesidad de todos los recursos de la mas esquista dialéctica, de la elocuencia mas seductora, aunque no fuese mas que para probar que la palabra ha sido concedida al hombre para disfrazar su pensamiento?  Pero en cuanto al médico ¿a que preparar su inteligencia con un trabajo tan pesado? ¿Qué es la medicina sino un A.B.C. de los órganos, y además algunas revelaciones de la experiencia acerca de la virtud de los agentes naturales?

 

 

A pesar de la severidad que los tribunales universitarios despliegan al presente, en los exámenes que sufren los candidatos a la carrera médica, reina aun en ellos esta preocupación propia de otra época. Cuando un examinado manifiesta que se propone seguir el estudio de esta ultima ciencia, se pasa por encima de la filosofía, de la literatura y de la historia, y toda importancia del examen se concentra en las ciencias físicas, que más tarde serán sometidas a otra prueba mas decisiva. Hay razón sin duda para ser tan rigoristas cuando se trata de tales materias; pero no la hay para desatender tanto las otras partes del programa; por que solo las letras y la filosofía disponen de una manera conveniente la inteligencia y el corazón del hombre para el estudio de una ciencia tan difícil y peligrosa como la medicina, debiendo el espíritu del joven medicinantes estar nutrido especialmente con saludables estudios filosóficos. Solo de este modo resistirá a este materialismo grosero, que puede a la vez absorber en los anfiteatros en que se respira esta doctrina, como un funesto miasma, y en alguno de los libros que se proporciona para dirigirse en sus estudios. Para el que ha reflexionado sobre la influencia que el habito familiar ejerce a la larga, aun en los talentos que mas enérgicamente la han resistido, fácil es de compre del peligro que indicamos.

 

 

Uno de los filósofos contemporáneos mas distinguidos por la seguridad de su criterio, Dugald Stewart, no ha desconocido este escollo, y le ha señalado perfectamente en el siguiente párrafo, que creemos deber reproducir. ´´Si se han suscitado dudas acerca de la distinción de la materia y del espíritu es necesario atribuirlo al habito que contrajimos en nuestra infancia, de no prestar atención alguna a nuestras operaciones mentales. La intención de la naturaleza fue que nuestros pensamientos se dirigiesen hacia las cosas exteriores, y por esto el vulgo es inclinado por una parte a estudiar los fenómenos intelectuales y por otra parte es poco capaz del grado de reflexión que exigiría este examen. Además, cuando comenzamos a analizar nuestra constitución interna, los hechos que nos presenta se hayan de tal modo asociados en nuestras concepciones, con las cualidades de la materia, que nos es imposible marcar de una manera distinta la línea que debe separarlos. De aquí proviene, que cuantas veces el espíritu y la materia concurren en un mismo hecho, olvidase enteramente al espíritu, o todo lo más, sele mira como un principio accesorio, cuya existencia depende de la materia. La tendencia de todos los hombres a referir la propiedad del color a todos los objetos que les impresionan puede hacer comprender de que manera las propiedades del alma y el cuerpo se mezclan en nuestras concepciones ´´

(1). (1)    Compendio de filosofía moral, pg, 164.

 

 

Cuando la práctica de la vida tiende a desarrollar de un modo tan pronunciado este instinto materialista en el hombre, ¿cuándo no deben favorecer el desarrollo de esta tendencia natural en el médico, los estudios especiales a que por precisión se entrega? No es por un simple extravió

 

Que puede perder el sentimiento de las fuerzas morales. Veladas por las fuerzas fisiológicas, sino que esta obligado, por el interés de la ciencia que estudia, a hacer abstracción de aquellas en la mayor parte de los casos, y del dinamismo puramente vital. Este materialismo del que hablaba el filósofo escoses, que nace en los demás hombres de la indiferencia o de la ignorancia, se sistematiza en los hábitos científicos del médico y el principio espiritual, del que esta fuera la ciencia fisiológica, casi desparece completamente ante sus ojos preocupados.

 

 

Ahora bien, solo hay un medio de arrancar al medico de esta especie de fascinación de la materia, sirviéndonos de una expresión de que ya hemos usado, y es el de preparar con profundos estudios psicológicos la inteligencia de los que se proponen seguir la carrera médica. No pretendemos que, merced a un estudio serio de la filosofía, el materialismo fisiológico, como doctrina metódica, desaparezca entre nosotros. Entre los médicos se hallarán aun por mucho tiempo los sostenedores de esta triste doctrina; pero al menos no se impondrá a los adeptos como una tradición venerada de la ciencia de la vida; por que su inteligencia se revelará contra la palabra del maestro y contra las inducciones de algún tanto precipitadas del nuevo órgano, como se llama al escalpelo o al microscopio.

 

 

No entra solamente en el interés del medico el que aboguemos por esta rehabilitación de los estudios psicológicos: entra al mismo tiempo en el interés de la sociedad, que ha de recoger tanto mas fruto de la practica de medicina, cuanto mas morales sean los médicos. Enseñándonos el espiritualismo que es el hombre, nos demuestra lo que vale y nos impulsa a consagrarnos a el en sus sufrimientos, por el doble estimulo del amor y del deber. El espectáculo habitual del dolor podrá extinguir en el corazón del médico materialista aquella tierna simpatía, que tan naturalmente despierta en nosotros la vista de los padecimientos y conducirle poco a poco a no ver sus enfermos sino como el florista de Labruyere veía a sus tulipanes. Las convicciones espiritualistas prevendrán esta especie de anestesia moral, dando a la enfermedad un sentido filosófico, que engrandece al hombre a los ojos de aquellos que le prodigan sus ciudadanos.

 

 

Con todo, no hay duda de que la contemplación continua del sufrimiento humano; la misma necesidad en que ha veces se haya el medico de provocar dolores artificiales, concluyan por embotar a la larga esta sensibilidad que secunda el impulso harto débil del sentimiento del deber. El medio que principal que tenemos para debilitar esta desgraciada influencia del habito, es el de no presentarnos jamás ante los enfermos sino con palabras duces y afectuosas y con todas las manifestaciones de una tierna conmiseración. No es para captarse la benevolencia del publico para lo que aconsejamos al medico el esmero de su lenguaje, su buen comportamiento y el empleo de un trato ameno; lejos de nosotros esta la hipocresía que rechazaría toda alma honrada; es por que creemos , con el autor que hemos citado, que hay tal relación entre los sentimientos morales y su expresión fisiológica, que esta misma ayuda al desarrollo de aquellos; y aun suponiendo, por otra parte que la relación entre el sentimiento y su traducción por el lenguaje o juego de la fisonomía, no sea tan intima como decimos en este momento, sin embargo, como la intención constituye la moralidad del acto, estas maneras dulces y corteses, estas palabras simpáticas no pueden ser malamente imputadas al médico. Le es permitido obrar así para asegurar la confianza del enfermo, para abrir su corazón al doble sentimiento de la gratitud y del cariño, que ayudan mucho más que se cree a soportar las angustias del dolor y a preparar desde luego una reacción saludable del organismo contra el mal.

 

 

Cuenta un autor que el Rey de la Cochinchina había hecho pintar en una de las paredes de su palacio en el que acostumbraba a pasar el día, cuantas miserias humanas podía evitar o aliviar. Las inspiraciones que este rey pedía a sombrías pinturas, a heladas alegorías están constantemente esculpidas para el médico en la carne del hombre, y el grito agudo del dolor comunica estas inspiraciones a su alma y le impulsa a consagrarse al alivio de los sufrimientos humanos.

 

El espectáculo continuo de todas las escenas desgarradoras de la enfermedad, no solamente puede, como acabamos de decir, embotar la sensibilidad del médico sino también desarrollar en el ciertas disposiciones morbosas, que, obrando sobre sus facultades morales, hagan para el muy difícil ejercicio de su profesión. La hipocondría es la principal de estas.

 

 

´´¿Qué hay de extraño, dice a este propósito J. Frank, si el conocimiento de las enfermedades reinantes, si esa solicitud continua por las enfermedades ajenas, si la observación de los mayores males resultados a veces de las menores causas, si las muertes repentinas, y aun tal vez las simpatías mismas , los vuelven por si hipocondriacos (1)?´´ háse notado hace tiempo, que los estudiantes de medicina y los médicos jóvenes se creen muchas veces estar atacados de graves enfermedades, porque los síntomas más pasajeros se transforman, para su espíritu alarmado, en signos patognomónicos de estas enfermedades. Las afecciones orgánicas del corazón y la tisis son las que tienen sobre todas el privilegio de excitarles estas torturas en su imaginación. No podemos afirmarlo; pero tal vez cuando estas inquietudes que el medico concibe por su salud propia, no han llegado a constituir una verdadera hipocondría, ejercen una benéfica influencia sobre sus facultades afectivas. Colocándole ante la continua amenaza del padecimiento, le hacen precindir con más energía todas sus angustias y fomentar en su corazón el sentimiento de compasión hacia los dolores de los demás. De este modo se realizaría por la imaginación y de manera dulce para el medico, el deseo de Platon (2) de que estos sufriesen sucesivamente cuantas enefermedades estén llamados a curar .

 

 

(1)    patología interna : tomo III pg 112

 

(2)    La Republica. Libro III

 

 

Sea lo que quiera sobre este punto, creemos que el medico en sus enfermedades reales, como en sus preocupaciones hipocondriacas, debe conservar sobre si propio el imperio bastante para meditar religiosamente en sus propios sufrimientos y hacer de ellos una enseñanza de conmiseración hacia los males que ha de aliviar en sus semejantes.

 

 

No puede el médico velar sobre si con atención bastante y someterse a una disciplina moral demasiado severa, para precaverse de este endurecimiento del corazón, que el mundo le censura y que cuando es real hace en ciertos casos verdaderamente estériles los cuidados más metódicos del medico practico. La idea abstracta del deber, lo hemos ya dicho, no es un móvil propio para dirigir siempre y con felicidad sino a cierto numero de inteligencia superiores; pero la simpatía y la benevolencia son estímulos mas humanos, y la mayor parte de los hombres van mas lejos cuando caminan impulsados por el corazón. Para conservar esas preciosas facultades que los estudios y la practica a tan rudas pruebas someten, el medico debe evitar cuidadosamente toda emoción inútil, y economizar y economizar por decirlo así su sensibilidad. Así es que sin abstenerse de un modo absoluto de los experimentos sobre los animales vivos, que han dado la mas clara luz a algunos puntos de la ciencia fisiológica, debe según el consejo de J.Frank, (1)no entregarse a ellos sino con la mayor circunspección.

 

 

No sin razón antiguos filosóficos y moralistas modernos han establecido para el hombre el deber imperioso de no burlarse de la sensibilidad y de la vida de los animales. Hay en las angustias, en los gritos y en todas las manifestaciones del dolor animal, cuya sensibilidad atormentamos, un no se qué que al principio nos impresiona penosamente; pero la voluntad lucha contra esta impresión y concluye por triunfar de ella. Repítanse fríamente a nuestros ojos tales torturas, y la violencia interior se hará inútil, y nuestra sensibilidad cesara de afectarse. Si en lugar de la frivolidad cruel o del delirio cartesiano que acabamos de suponer, infundis en el espíritu del hombre que tortura al animal, un motivo a lo menos disculpable, la curiosidad científica y la preocupación intelectual, podrán hasta cierto punto preservar la sensibilidad de un ataque tan funesto, porque se hallara de cierto modo distraído. Pero ¿Cuántos hombres son capases de esta abstracción, de esta fuerza de espíritu que cierra a nuestros sentidos a todo menos a lo que preocupa a nuestra inteligencia; que suspende toda facultad del alma menos la que esta en ejercicio?  Sin condenar, repetimos, esta anatomía viviente de la que algunos hombres superiores, tales como MM. Magendie, Flourens, Matteucci, Etc. Etc. Han sacado, para el probecho de la ciencia fisiológica, tan útiles lecciones, pensamos que los médicos en general no deben sino con la mayor prudencia entrar en este camino de los experimentos. Es preciso tener una aptitud especial y un habito grande de estos, para llegar a comprender los enigmas de la vida, a través de la reacciones proteiformes de la sensibilidad, y antes de conseguir aquella o este, la mayor parte de los médicos llegaran a conseguir la blandura del alma o el matachín de los descuartizadores. No podemos terminar mejor estas cortas observaciones, que citando a este propósito el precepto de un celebre moralista. ´´Debemos, dice Platon, acostumbrarnos a ser dulces y humanos para con los animales, aunque no sea mas que para hacer el aprendizaje de la benevolencia que debemos al hombre´´ (1)

 

(1)    Hombres Ilustres, vida de caton el censor, tomo II pag. 170.

 

 

Finalmente, si bien es cierto que a los despojos mortales del hombre debe llegar el medico a pedir revelaciones tardías, sobre las lesiones que han apresurado el fin fatal, también lo es que debe hacerlo con mano respetuosa. La muerte por la sombría majestad que cubre el rostro humano, excito siempre y por todas partes una religiosa emoción en el corazón del hombre. El respeto hacia la tumba ha sobrevivido entre las tribus mas salvajes, a la destrucción de las instituciones mas elementales (1) .

 

(1)    Véase sobre los honorestributados a los muertos: Burdach, Fisiologia , tomo v, pg 455: Resely de Lorges, de la muerte ante el hombre, etc.

 

 

 

Sepamos conciliar el respeto de la muerte con las exigencias de la ciencia. No se trata aquí de una idolatría supersticiosa: este cuerpo inanimado que estamos viendo momia engalanada, conservada por la inyección en las carótidas o entregada a las reacciones de la tierra, sufrirá muchas mas profundas transformaciones con el tiempo, que con nuestro escalpelo y nuestros reactivos químicos. Trátese de tener algún respeto y gravedad religiosa al cumplir la seria obra de la autopsia cadavérica. Cuando una filantropía mas generosa anime el celo con que el médico prodiga sus cuidados al hombre que sufre será conducido naturalmente a rodear de un respeto religioso sus despojos mortales. Este sentimiento se enlaza también con la sombría severidad del anfiteatro, como el cinismo del pensamiento y la palabra. Como la vista continua del sufrimiento tiende a embotar la sensibilidad del médico del mismo modo la familiaridad a la que esta obligado en provecho de la ciencia de rozarse con la muerte, casi sofocan en él la misteriosa emoción que jamás el espectáculo de esta deja de despertar en la mayor parte de los hombres. ¿Por qué no se habían de combatir los efectos inevitables de esta influencia, trazando sobre las paredes desnudas de las lúgubres estancias en que la muerte sirve de enseñanza a la vida, algunas sentencias filosóficas, que recordaran al médico los sentimientos, que la preocupación de la ciencia, o la frivolidad le hacen con tanta frecuencia olvidar? La antigüedad sabia aprovecharse admirablemente de dichas inscripciones, infundiendo con ellas, en el espíritu de la generalidad las ideas morales que debían dirigir al hombre en la vida. Por otra parte ¿Quién es capas de creen que la ciencia perdería mostrando el medico respeto hacia el cuerpo inanimado del hombre, que debe someter al análisis del escalpelo? Por lo que hace a nosotros, cuanto más útiles creemos semejantes investigaciones, tanto mas juzgamos que han de ser circunspectos los que a ellas se dedican. Ahora bien, la circunspección se concilia mejor con los sentimientos que procuramos infundir en los médicos, que con el cinismo que constituye a algunos anatomo-patologistas en destrozadores de carne humana.

 

 

Sin pretender hacer aquí del medico cuakaro o un hesiquiasta  (1) parécenos que una seria gravedad y una especie de melancolía reflexiva deben ser su carácter ordinario. El cuadro, presente siempre a su pensamiento, de las numerosas enfermedades que asedian de continuo al hombre para hacerle servir, según la expresión de Burdach, de pan cuotidiano al tiempo; sobre todo, el espectáculo continuo de la muerte, deben inclinarle a ver la vida por su lado serio. Mas para que tan difícil enseñanza no llegue debilitada a su inteligencia, preciso es que esté preparado por una elevada instrucción filosófica y que no penetre en el estudio de la fisiología del hombre, sino después de haber estudiado extensamente la historia psicológica. Así es que a medida que nos hemos dedicado a estudiar las diversas influencias que obran sobre la moral del médico, se nos presenta mas claramente la necesidad que tiene de serios estudios filosóficos. Pero volvamos a nuestro objeto.

 

 

(1)    Denominación que se aplica a la persona contemplativa y de austeras costumbres.

 

Hasta aquí no hemos considerado el respeto religioso de que el medico debe rodear los restos del hombre, sino como un deber cuyo cumplimiento importa ante todo a su dignidad personal; mas en un gran numero de casos, por ejemplo, en los hospitales, este respeto a la muerte viene a se r un verdadero deber de la humanidad. Por mucho que hayan sufrido en la vida la mayor parte de los desgraciados a quienes la caridad publica presta un lecho para morir, no solo teme la muerte y entran temblando en la segunda época que esta les abre, sino que un gran numero de ellos preocupa penosamente la tortura póstuma, que la ciencia prepara a sus miserables restos, pues saben que son los despojos óptimos de la ciencia moderna. Sera superstición del egoísmo la solicitud que estos infelices manifiestan en su ultima hora, por el cuerpo que van a abandonar como un vestido usado; pero sin embargo tiene algo de respetable, porque es la superstición de casi todos los hombres. Si un Rey de Inglaterra , con el designio de favorecer los progresos de la ciencia, entrego su cuerpo a los anfiteatros ; si algunos filósofos antiguos ordenaron que después de su muerte arrojasen sus cadáveres a un muladar; si varios médicos recomendaron que al morir se hiciese su autopsia, doliéndose de no poder asistir a ella; estos hechos mismos demuestran la realidad del horror que la curiosidad de la ciencia inspira en general al hombre, en cuanto prueban que es preciso tener cierta firmeza de espíritu para liberarse de él.

 

Cítase algunos hombres muertos en los hospitales , que habían vendido con antelación su cabeza a los apasionados estudios frenológicos; pero son raros estos casos: la regla en general es el temor al escalpelo. Aun los de mala vida temen las investigaciones cadavéricas. (1) ni aun entre los médicos mismos dejan de hallarse con frecuencia hombres que no estén libres de esta superstición, y citando solo un ejemplo Andres Lobo Wein, profesor de anatomía en Wilna, prohibió expresamente por una cláusula en su testamento que hiciesen su disección.

 

 

(1)    El Dr. Lauvergne, médico del Baño o prisión de Tolon cita el hecho siguiente: Un sentenciado a trabajos forzados que había creído envenenarse tomando un purgante drástico, se ató en el brazo un escrito con el sobre al sirviente del anfiteatro anatómico y en el que se pedía al sacamuertos, amigo suyo y también forzado, que le sustrajera del escalpelo, o a lo menos, si era preciso que su cadáver pasara por tan terrible prueba, que sus restos fueran recogidos y colocados en una cesta de mimbres. ( Los forzados, observados bajo el concepto fisiológico, moral, intelectual etc.)

 

 

Ante estos hechos decimos que es un deber real para el medico respetar este último grito del instinto, que une al hombre tan frecuentemente a la vida. Estudie la organización humana en sus detalles mas complicados: trate de ilustrarse sobre la naturaleza de las enfermedades, examinando las lesiones visibles que estas dejan a los órganos: pero que no los profane, que un respeto piadoso hacia los restos mortales del hombre guie su mano, y de a sus investigaciones el carácter de un sacrificio a la ciencia. Con semejante circunspección en nuestros estudios anatómicos, libraremos a los pobres de muchos de los terrores de que se ven acometidos ante la perspectiva tenebrosa de la muerte de este modo serviremos también los intereses de la ciencia. Mas de una vez a los medico se les ha amenazado con privarles en parte de las preciosas lecciones que les suministran diariamente las investigaciones microscópicas, para cortar con esta medida los abusos; pero felizmente no se ha llevado a cabo, por que hubiera detenido el desarrollo de los principales ramos de la ciencia medica. Hay un medio de prevenir para siempre esta especie de golpes de estado contra los estudios anatómicos, y este medio es muy sencillo. Dejad de obrar con la anatomía patológica como antropófagos, y, según el dicho de Webfer, no se os negara lo que se conceda a los gusanos.  

 

La administración de los hospitales que cuenta en su seno a hombres de un carácter respetable y que tanta solicitud muestran por los intereses de los pobres, cuya tutela les esta confiada, puede por una sabia medida recordar a los médicos este respeto a la dignidad humana, que debe acompañar al hombre hasta el sepulcro. Para llegar a este fin seria preciso que cesara de hacer un objeto de sórdida especulación de los cadáveres de los infelices que sucumben en los hospitales: seria preciso que aboliese inmediatamente esta especie de trafico con los muertos. (1) quien duda que entregando así a los anfiteatros los despojos del hombre como una vil mercancía, se quita al aparato de la muerte aquella aureola de sombría majestad que impone respeto? Preciso es que el espíritu de especulación haya penetrado muy hondamente en la constitución de la sociedad, para que semejante trafico se haga constantemente bajo la protección de la ley. La ley Inglesa, que por su severidad ha dado origen a la industria de los resurreccionistas, favorece menos al cinismo del anfiteatro que esta venalidad. En Inglaterra este trafico vergonzoso solo ocupa a algunos hombres viciados, que van con mano sacrílega a despojar las tumbas. En Francia la sociedad al tolerar esta profanación se hace su cómplice.

 

(1)    En España no hay esta odiosa costumbre.

 

 

Por otra parte muchas otras razones vienen a unirse a la que acabamos de presentar, para hacer proscribir de una manera practica que hecha por tierra el respeto instintivo que siente el hombre por los despojos mortales del hombre . si los estudios anatómicos son una de las condiciones mas imperiosas de la ciencia de la vida, y si estos estudios dan origen a una contribución especial, que pesa exclusivamente sobre las clases indigentes, no añadamos a esta triste necesidad la idea de una nueva venalidad odiosa. Además, ¿Quién afirmara que sujetando así a tarifa el cadáver del hombre, no se daña directamente a la ciencia misma restringiendo su eficacia? Todo se anuda en el pensamiento, y cada idea esta apoyada en una inmediata que la desarrolla, , esta idea de venalidad que se enlaza en el espíritu del medico con la de la muerte, respectivamente a los infelices a quienes en los hospitales consagra sus cuidados ¿no puede en algunos casos obrar de una manera funesta sobre los sentimientos morales, de los cuales ha de recibir la inspiración su celo y su solicitud? No comencéis por envilecer al hombre, si queréis que el medico se consagre con piadoso entusiasmo al alivio de sus miserias. Los harapos que cubren al pobre, la huella infeliz con que marca su fisonomía una vida de tormentos, sus vicios, su ignorancia, todo lo que en este infortunado paria tiene mas bien a espantar la delicadeza de la sensibilidad, que a excitar una franca y generosa simpatía. Guardaos además de aumentar la fuerza de esta repulsión instintiva, tratando como una cosa venal su mortal despojo. Si, estamos convencidos de ello. El respeto de la muerte puede conciliarse con el espíritu investigador de la ciencia; pero para esto es preciso que el medico ame verdaderamente al hombre y se penetre de la dignidad de su naturaleza. ´´inoculad en todo un pensamiento moral y benéfico, dice admirablemente un autor contemporáneo. M. Victor Hugo, y nada habrá deforme y repugnante. Mezclad a lo más horrible una idea religiosa y se hará santo y puro; enlazad la idea de Dios con un patíbulo y tendréis la cruz.´´

 

 

Desgraciadamente tememos que pase mucho tiempo antes que los médicos dominados por los sentidos, extraviados por las preocupaciones de la ciencia, fecunden sus estudios y ennoblezcan su alma con semejantes ideas, que transfiguran las cosas, y durante no menos tiempo, muchos de ellos escribirán sobre la Clepsidra (1) del anfiteatro anatomicoesta sentencia del epicureísmo de la antigua Roma : Vivamus, Pereundum.    

 

 

 

(1)    Nombre antiguo de los relojes de arena. Su origen es desconocido. Antiguamente se llenaban de agua en vez de arena que se usa en el día. Los egipcios se valían también del mercurio.

 

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